Durante el romanticismo de finales del siglo XVIII y principios del XIX se llevaban los amantes con un pie en la tumba, la tez muy pálida casi mórbida, un poco de tisis en vías de convertirse en galopante, los cementerios, los paisajes con niebla y, la entrega sin cuartel del uno para con el otro.
El conde Drácula atravesaba océanos de tiempo para encontrarse con su amada Mina, Mary shelley escribía frankenstein una de las obras cumbre del romanticismo, Edmondo De Amicis publicaba Cuore, un libro que marco mi infancia y, Verdi compone la que será una de las más hermosas arias de La Traviata, El aria de Violeta
Addio del passato bei sogni ridenti . Violeta no tiene prisa. Es consciente de que todo ha terminado para ella, la vida se le escapa entre los dedos, su belleza no es más que una sombra, solo le queda recordar; la imagen de Alfredo se asoma en forma de vals lento, los violines suspendidos en el aire reflejan la poca vida que le queda y su enorme capacidad de amar, pues es ella, de todos los personajes la única que apuesta a una carta, se arriesga y, finalmente pierde.